Balam Rodrigo (Chiapas, 1974)
Balam Rodrigo (Villa de Comaltitlán, Chiapas, 1974). Exfutbolista, diplomado en teología pastoral y biólogo por la UNAM. Ha publicado nueve libros de poesía y algunos de sus poemas han sido traducidos al inglés, portugués y zapoteco. Sibarita de mercados, fondas, botaneros, palapas marisqueras, puestos de comida casera y de todo lugar donde pueda sentarse a comer sabroso y a sus anchas. Exbecario del programa Jóvenes Creadores del FONCA en el período 2009-2010.
Poemas inéditos del libro Desmemoria del rey sonámbulo (en prensa)
Adán
El poeta es un pequeño Dios
Vicente Huidobro
¿Hijo de poetísima madre: Poeta?
¿Acaso: Bardo?
¿O, frívolamente: Neólogo?
¿ : ... : ?
Él dice: Hombre, poeta
perro del hambre altísima:
Pequeño y solo dios ladrando versos
a éstos, y a los otros
—inútiles—
adanes.
El peso del dolor
Un hombre. Su espalda atravesada
por una alta constelación de vidrios
que brillan como dientes o espinas de sangre
en un espejo de agua.
El cielo de su dorso lleva grabado
un nombre de letras inconclusas.
No sé qué aúlla ese glifo mordido por sus lomos.
Quizá diga la noche o la forma de una daga.
Echa en el piso —arúspice de sol—
semillas de vidrio para germinar
un peso o el peso del dolor.
Dice que sólo nos pide una moneda.
Un puñetazo —quizá tintineante—
que alguien pudiera darle en el estómago
para quitarle el hambre.
De reojo y de resuello lo observa su hija
recostada en una banca.
Brinca en su pecho una mujer con los pies juntos
y ensaya un doble paso
para hundir límpidas esquirlas.
Los tres nos miran: famélica trinidad.
Él grita de nuevo lo del peso
pero el peso del aire nos asfixia.
Saca el cantor del bolsillo una paleta.
Nada más amargo que un vidrio de miel
ante el martirio:
El poeta es un puñado de astillas
que atraviesan la piel de aquél hombre
y escriben un nombre sin acentos
en su espalda.
Job padece gastritis o doble epifanía
por un plato de mole
Llorar la digestión [...]
Oliverio Girondo
En el dolor, duele hasta la luz:
He leído, Dios, la dulce llaga de tu ira
el díptico amargo de tu sílaba
rescrita con mole en mis entrañas.
He leído, sí, tu luz, tu ácido punzón
que labra en mi carne la impura cifra
de mi breve sino, el signo terco del glotón.
Caigo dentro del corazón del plato
ahogado en luz.
Ah, bilis de mi larva oscura
el pájaro de amargo canto que silba
en la mi tripa bebe tus cántaros de pus:
La hiel de tu mercurio negro fatiga
el aire en mis riñones
cava señales de alquitrán
y anuda fuegos de hulla
en mis cansados intestinos.
He leído, Dios, la dulce llaga de tu ira
el díptico amargo de tu sílaba
que muerde ¿para siempre?
mis tripas, mis entrañas.
(Las mismas vísceras que anhelan
a pesar de los prazoles y el ardor
su enésima ración de mole
su masoquista pasión por el dolor).
Adán
El poeta es un pequeño Dios
Vicente Huidobro
¿Hijo de poetísima madre: Poeta?
¿Acaso: Bardo?
¿O, frívolamente: Neólogo?
¿ : ... : ?
Él dice: Hombre, poeta
perro del hambre altísima:
Pequeño y solo dios ladrando versos
a éstos, y a los otros
—inútiles—
adanes.
El peso del dolor
Un hombre. Su espalda atravesada
por una alta constelación de vidrios
que brillan como dientes o espinas de sangre
en un espejo de agua.
El cielo de su dorso lleva grabado
un nombre de letras inconclusas.
No sé qué aúlla ese glifo mordido por sus lomos.
Quizá diga la noche o la forma de una daga.
Echa en el piso —arúspice de sol—
semillas de vidrio para germinar
un peso o el peso del dolor.
Dice que sólo nos pide una moneda.
Un puñetazo —quizá tintineante—
que alguien pudiera darle en el estómago
para quitarle el hambre.
De reojo y de resuello lo observa su hija
recostada en una banca.
Brinca en su pecho una mujer con los pies juntos
y ensaya un doble paso
para hundir límpidas esquirlas.
Los tres nos miran: famélica trinidad.
Él grita de nuevo lo del peso
pero el peso del aire nos asfixia.
Saca el cantor del bolsillo una paleta.
Nada más amargo que un vidrio de miel
ante el martirio:
El poeta es un puñado de astillas
que atraviesan la piel de aquél hombre
y escriben un nombre sin acentos
en su espalda.
Job padece gastritis o doble epifanía
por un plato de mole
Llorar la digestión [...]
Oliverio Girondo
En el dolor, duele hasta la luz:
He leído, Dios, la dulce llaga de tu ira
el díptico amargo de tu sílaba
rescrita con mole en mis entrañas.
He leído, sí, tu luz, tu ácido punzón
que labra en mi carne la impura cifra
de mi breve sino, el signo terco del glotón.
Caigo dentro del corazón del plato
ahogado en luz.
Ah, bilis de mi larva oscura
el pájaro de amargo canto que silba
en la mi tripa bebe tus cántaros de pus:
La hiel de tu mercurio negro fatiga
el aire en mis riñones
cava señales de alquitrán
y anuda fuegos de hulla
en mis cansados intestinos.
He leído, Dios, la dulce llaga de tu ira
el díptico amargo de tu sílaba
que muerde ¿para siempre?
mis tripas, mis entrañas.
(Las mismas vísceras que anhelan
a pesar de los prazoles y el ardor
su enésima ración de mole
su masoquista pasión por el dolor).