Óscar de Pablo (1979)
Óscar de Pablo (1979) es autor de una novela y cinco poemarios, siendo los más recientes El baile de las condiciones y Dioses del México antiguo. Ha obtenido los premios de poesía “Elías Nandino”, “Jaime Reyes” y “Francisco Cervantes”, así como el premio de guión cinematográfico “Alejandro Galindo”. Ha sido becario de la Fundación para las Letras Mexicanas y el FONCA.
Nadie (que yo conozca) es Tolomeo III
y, sin embargo, ay, vivimos empeñados
en aumentar la gloria de la dinastía Lágida, llevándole al tercero de los Tolomeos, el
llamado Everjetes, desde un sur casi mítico de puro verde, centenares de miles de
elefantes.
Centenares de miles. Este martes quisiera pedir prestado un coche
y llevarte a comer carnitas a Huichapan. Este martes quisiera, pero es martes
y alguien debe llevarle a Tolomeo III, el llamado Everjetes, sus miles de elefantes
Lo sabe todo el mundo. Por eso nadie va a prestarme un coche.
Centrares de miles de elefantes. Centenares de miles de máquinas de guerra
enhiestas de marfil y blindadas de lodo. Con ellas el Egipto
de los hijos de Lago
será temido hasta por los seléucidas. Centenares de miles de huracanes cuadrúpedos, en los que late acaso un
corazón gentil, pero que afuera llevan el peso inconteniblede un tanque acorazado. Centenares de miles de
máquinas de guerra.
Amo el cielo de plata de cuando acaba Hidalgo
y el olor a carnitas. Quiero una carretera despejada
en la que puedas otra vez contarme
lo que escribió Agatárquides de Cnido. Pero ya te lo dije: este martes no puedo. Quizá en Semana Santa. Todos
saben que el martes
que sigue cae en martes. Y Tolomeo no pide que me case, pero sí que me embarque.
Todos sabemos bien que un elefante solo, que trasladar por mar un elefante solo, requiere de una nave de
tremendo calado. Y todos saben bien que el piélago eritreo, donde el verde Sudán moja sus playas, es arenoso y
demasiado bajo, apto tan sólo para las más leves
barquichuelas de remos. Todos nosotros, todos, y también Agatárquides, sabemos de memoria estas verdades. Mas
Tolomeo III, como bien dice el título, que yo sepa no es nadie. Nadie que yo conozca. ¿Qué sabe un rey de
naves, de arenas y de vados? Cántame una canción, aunque sea de tus tiempos. Cántame una canción. Que a lo
mejor así
nuestra nave no encalla.
Aquí en las aguas verdes del Sudán, el mar es demasiado
profundo para un hombre
y demasiado bajo para un barco de carga. Al encallar la nave, la arena la rodea
y la va convirtiendo poco a poco en islote. Lejos del continente: demasiado. Es un lugar magnífico para que 12
hombres
y un inmenso elefante henchido de cadenas
hagan del sol y el hambre su tumba colectiva. Tienen suerte los débiles; son ellos los primeros en ser ejecutados,
para economizar los víveres y el agua, porque así los que quedan
suman a sus pesares
tiempo y remordimiento
y tampoco se salvan.
¿Ya ves, ya ves? Te dije
que este martes tenía
ganas de ir a Huichapan. Cántame una canción. A lo mejor así dejo de oír las voces
de los seis compañeros que matamos
a cambio de una prórroga inútil de seis días.
Miles de expediciones como ésta, miles de martes muertos y encallados. Pero que siga el ciclo: por lo menos
algunas
docenas de entre todos
podrán llevarle al rey
su carga de elefantes.
Canción sin gansos
Blanca como un cuchillo en el pan negro, blanca como un cuchillo, la
cuidadora de gansos
heredó, en vez de gansos, un léxico semítico
para entonar apenas cancioncitas tontas
y dulces como gansos; pero no supo hacerlo, la
pobrecita muchacha, la
cuidadora de gansos.
Y en lugar de canciones plácidas como gansos, la
cuidadora de gansos
armó con ese blando diccionario heredado, dulce como un cuchillo sin apenas saberlo, una sangrienta saga
siderúrgica, plural como tonante retahíla de pasos, como un tambor de estaño desbordando la acera, o una
ensordecedora cabalgata
de multitud y dientes: pobrecita, blanca como un cuchillo en el pan negro, la
cuidadora de gansos.
Al oír el estruendo
de pasos, los soldados
acudieron corriendo a la muchacha, la
cuidadora de gansos
y al ver que no había gansos la tomaron
por un imperio hostil. Aspiraba a dormirse
como una almohada blanca, la
cuidadora de gansos, blanca como un cuchillo desnudo en el pan negro, pero la confundieron los sensibles
oídos militares
con una renegrida división de obuses.
Y entraron en su cuerpo diminuto
como en la capital de un imperio enemigo: Bruja. Bruja y puta judía, negra como un cuchillo
que untara en el pan negro una lengua de nata. Le rompieron los pómulos, las calles. Bruja. Negra puta judía.
Derrumbaron sus viejas sinagogas
y sus pobres caderas, sus rodillas de leche diminuta, de
cuidadora de gansos, negra negra, y desgarraron pechos y pendones. De su cuerpo menudo
de mujer, no quedó piedra viva sobre piedra.
Como no tenía gansos, la
cuidadora de gansos
no pudo esparcir plumas. Concentraron en ella el vuelo de las piedras
y ella no tuvo plumas, piedra piedra. Quería ser una almohada blanca como un cuchillo, y difundir su muerte,
dulcemente, con el viento de Europa. Pero no tenía plumas, porque no tenía gansos, la
cuidadora de gansos. Para sus ratos libres, la
cuidadora de gansos
tenía un jardín de rosas, la
cuidadora de gansos
y Europa quedó sucia, pobrecita, y blanca con sus pétalos.
y, sin embargo, ay, vivimos empeñados
en aumentar la gloria de la dinastía Lágida, llevándole al tercero de los Tolomeos, el
llamado Everjetes, desde un sur casi mítico de puro verde, centenares de miles de
elefantes.
Centenares de miles. Este martes quisiera pedir prestado un coche
y llevarte a comer carnitas a Huichapan. Este martes quisiera, pero es martes
y alguien debe llevarle a Tolomeo III, el llamado Everjetes, sus miles de elefantes
Lo sabe todo el mundo. Por eso nadie va a prestarme un coche.
Centrares de miles de elefantes. Centenares de miles de máquinas de guerra
enhiestas de marfil y blindadas de lodo. Con ellas el Egipto
de los hijos de Lago
será temido hasta por los seléucidas. Centenares de miles de huracanes cuadrúpedos, en los que late acaso un
corazón gentil, pero que afuera llevan el peso inconteniblede un tanque acorazado. Centenares de miles de
máquinas de guerra.
Amo el cielo de plata de cuando acaba Hidalgo
y el olor a carnitas. Quiero una carretera despejada
en la que puedas otra vez contarme
lo que escribió Agatárquides de Cnido. Pero ya te lo dije: este martes no puedo. Quizá en Semana Santa. Todos
saben que el martes
que sigue cae en martes. Y Tolomeo no pide que me case, pero sí que me embarque.
Todos sabemos bien que un elefante solo, que trasladar por mar un elefante solo, requiere de una nave de
tremendo calado. Y todos saben bien que el piélago eritreo, donde el verde Sudán moja sus playas, es arenoso y
demasiado bajo, apto tan sólo para las más leves
barquichuelas de remos. Todos nosotros, todos, y también Agatárquides, sabemos de memoria estas verdades. Mas
Tolomeo III, como bien dice el título, que yo sepa no es nadie. Nadie que yo conozca. ¿Qué sabe un rey de
naves, de arenas y de vados? Cántame una canción, aunque sea de tus tiempos. Cántame una canción. Que a lo
mejor así
nuestra nave no encalla.
Aquí en las aguas verdes del Sudán, el mar es demasiado
profundo para un hombre
y demasiado bajo para un barco de carga. Al encallar la nave, la arena la rodea
y la va convirtiendo poco a poco en islote. Lejos del continente: demasiado. Es un lugar magnífico para que 12
hombres
y un inmenso elefante henchido de cadenas
hagan del sol y el hambre su tumba colectiva. Tienen suerte los débiles; son ellos los primeros en ser ejecutados,
para economizar los víveres y el agua, porque así los que quedan
suman a sus pesares
tiempo y remordimiento
y tampoco se salvan.
¿Ya ves, ya ves? Te dije
que este martes tenía
ganas de ir a Huichapan. Cántame una canción. A lo mejor así dejo de oír las voces
de los seis compañeros que matamos
a cambio de una prórroga inútil de seis días.
Miles de expediciones como ésta, miles de martes muertos y encallados. Pero que siga el ciclo: por lo menos
algunas
docenas de entre todos
podrán llevarle al rey
su carga de elefantes.
Canción sin gansos
Blanca como un cuchillo en el pan negro, blanca como un cuchillo, la
cuidadora de gansos
heredó, en vez de gansos, un léxico semítico
para entonar apenas cancioncitas tontas
y dulces como gansos; pero no supo hacerlo, la
pobrecita muchacha, la
cuidadora de gansos.
Y en lugar de canciones plácidas como gansos, la
cuidadora de gansos
armó con ese blando diccionario heredado, dulce como un cuchillo sin apenas saberlo, una sangrienta saga
siderúrgica, plural como tonante retahíla de pasos, como un tambor de estaño desbordando la acera, o una
ensordecedora cabalgata
de multitud y dientes: pobrecita, blanca como un cuchillo en el pan negro, la
cuidadora de gansos.
Al oír el estruendo
de pasos, los soldados
acudieron corriendo a la muchacha, la
cuidadora de gansos
y al ver que no había gansos la tomaron
por un imperio hostil. Aspiraba a dormirse
como una almohada blanca, la
cuidadora de gansos, blanca como un cuchillo desnudo en el pan negro, pero la confundieron los sensibles
oídos militares
con una renegrida división de obuses.
Y entraron en su cuerpo diminuto
como en la capital de un imperio enemigo: Bruja. Bruja y puta judía, negra como un cuchillo
que untara en el pan negro una lengua de nata. Le rompieron los pómulos, las calles. Bruja. Negra puta judía.
Derrumbaron sus viejas sinagogas
y sus pobres caderas, sus rodillas de leche diminuta, de
cuidadora de gansos, negra negra, y desgarraron pechos y pendones. De su cuerpo menudo
de mujer, no quedó piedra viva sobre piedra.
Como no tenía gansos, la
cuidadora de gansos
no pudo esparcir plumas. Concentraron en ella el vuelo de las piedras
y ella no tuvo plumas, piedra piedra. Quería ser una almohada blanca como un cuchillo, y difundir su muerte,
dulcemente, con el viento de Europa. Pero no tenía plumas, porque no tenía gansos, la
cuidadora de gansos. Para sus ratos libres, la
cuidadora de gansos
tenía un jardín de rosas, la
cuidadora de gansos
y Europa quedó sucia, pobrecita, y blanca con sus pétalos.