Javier Raya (Distrito Federal, 1985)
Javier Raya (Cd. de México, 1985) Palabrero ninja. Escribió El libro de Pixie (Torre de Babel Ediciones, 2010 reed. 2012), Por los rasgos una bayoneta (Col. La Ceibita, FETA, 2011) y Ordalía (Col. Limón Partido, 2011). Editor en Proyecto Literal y Mutante.mx. Hace spoken word y trabaja en su obra póstuma. Mantiene el blog Cuaderno de Raya (http://cuadernoderaya.blogspot.mx ) y la cuenta de Twitter @javier_raya. Detesta a los escritores que hablan de sí mismos en 3a persona.
Antes era más feliz porque pensaba que había experiencias que se transformaban en poemas.
Ahora estoy triste: no estoy seguro de que haya alguna experiencia que, a su modo, no sea un
poema.
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A los 16 años uno tiene claro lo que es un poema. Algunos iluminados como Rimbaud lo
tienen claro mucho antes, a los 7. Pero el lugar donde ocurre un poema (es decir, donde se
produce, donde se recibe, donde ese intercambio es posible, e incluso, en otra acepción, donde
aparece -ocurre- como aletheia, esa región salvaje del instinto) es una geografía cuyo mapa voy
perdiendo.
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¿Será cierto lo que decía ese poeta viejo del que leí y odié cada poema, lo de que sólo se escriben
poemas en la juventud? Si al menos la palabra "poema" conservara alguna cualidad descriptiva
para referirse a una actividad específica de eso que los antiguos llamaban espíritu; si al menos
no tuviera la impresión, tantas veces reforzada, de que la misma actividad del espíritu es ya, ella
misma, poética.
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Habría que llegar al lugar donde se escribe como si se abordara una ocupación ocasional, una
casualidad; como un ocio que nos otorgáramos incluso sin gusto, sin placer casi, en el borde
mismo del aburrimiento y sin demasiada importancia; como si otras actividades pudieran
esperarnos mientras escribimos, como si pudiéramos hacer cualquier otra cosa y eligiéramos
escribir como una mera distracción, como si esperáramos que algo llegara a interrumpirnos para
dejar de escribir; como si no escribir en serio fuese una opción disponible.
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Me gusta lo que pasa conmigo cuando escribo. Habría que preguntarle a lo que escribo qué
opina del accidente de haber sido escrito por mí. Adelanto una suposición: el resultado no será
recíproco.
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Leo cosas de gente que me parecía detestable hace tiempo y veo con sorpresa que se han vuelto
muy buenos, a mi parecer. Leo lo mío y me confronto como haría alguno más delicado con su
buen amigo que dio una conferencia aburridísima: "muy interesante, luego lo platicamos."
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Me persuado de que todo tiempo en que no escribo es precisamente eso, un momento en que no
escribo. Cuando escribo, por otro lado, no tengo una conciencia clara -ni siquiera una intuiciónde
que el tiempo exista del todo.
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Regresar al lugar donde nos es familiar la idea de que la escritura en realidad no importa, de que
escribir no es, nunca puede ser para tanto. Escribir porque es necesario. Apostar por la escritura
una y otra vez. Escribir como apostar en una ruleta rusa con todas las recámaras del revólver
ocupadas.